“No tengo el miedo de hablar claro y decir cosas que quiero hacer, o hacer las cosas que quiero hacer… Pienso que ser natural y genuino es triunfar.” – Freddie Mercury.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Never let them take the light behind your eyes.


Llora. Sentada en la penumbra de su cuarto, desesperada. Las lágrimas no consiguen ahogar su dolor. Tiene los ojos hinchados, los labios resecos. El rostro salpicado de manchas rojas y sal. Lo único en lo que piensa es en desaparecer. En una solución para sus problemas, para ese dolor que se adueña de su cuerpo. Apenas se molesta en limpiar las lágrimas que recorren sus mejillas. ¿Por qué? Se pregunta. Por qué, joder, por qué ella. Por qué él. Siente que se le desgarra el alma, que no puede hacer nada por evitarlo. Lo único que desea es esperar a que la muerte, caprichosa y eterna muerte, venga a por ella. Aprieta los dientes. Ya no sabe qué hacer- Nada tiene sentido. Nada. Nadie puede ayudarle. Nadie puede aliviar el dolor de su corazón. Solamente él podía,  ya no está.
Y con él, con su sonrisa, con sus ojos, sus ganas de vivir también se han ido. Los recuerdos le atormentan. Ese pitido de la máquina que controlaba sus últimas respiraciones. Esas interminables noches sentada al lado de su cama, aguantando el olor a esterilizante, a hospital que ella tanto odiaba. Los recuerdos amenazan con acabar con ella. Pero ella ya está derrumbada. Ella ya es todo cimientos. Un alma destrozada. ¿Qué hago ahora que ya no está? Llorar. Llorar para mostrar una décima parte del verdadero dolor que siente.
Piensa en reunirse con él. Es tan fácil, simple. Una cuchilla de su padre. Un río de sangre. Adiós dolor. Hola, mundo imaginario al que la gente llama cielo. Tan sencillo como levantarse e ir al baño. Pero no tiene fuerzas ni para buscar su propia solución al problema en el que se ha convertido su vida.
Vuelve a recordar. Las primeras sesiones de quimio. Sus manos entrelazadas. Cómo él sonreía a pesar de tener el cuerpo entero ardiendo por los efectos del tratamiento. Cómo ella prometió estar con él. Siempre. Un beso selló esa promesa.
-Nunca te abandonaré-prometió él, aferrándole la mano, preocupado. ¿Dónde quedó esa promesa, por qué no la cumpliste? Quiere gritarle, chillare. Mentiste. Me has abandonado. Y llora, sin saber qué hacer. Aparte de maldecirle, con odio. Furia. Está sola. Él la ha dejado sola.
Como si la distancia pudiera resolver el vacío de su corazón. Como si lanzando la mochila con sus cosas personales lejos de ella pudiera ahogar el sentimiento. Un reproductor de música sale de un bolsillo. Se esfuerza y, con dificultad, consigue encenderlo. Huele a él. Apesta a él. Un audio grabado. Cierra los ojos. Su voz. Su voz grave, ya ronca por el efecto de los vómitos que terminaron por quemar sus cuerdas vocales. Su voz cansada, harta de oír sobre el cáncer. Tratamiento, radio, quimio. Llora de nuevo. Pero sigue escuchando. Es lo único que podrá oír de él. Su voz grabada en un aparato. No más besos en la oreja, no más risas, no más trenzas despeinadas en su pelo. No más abrazos robados. No más él. Solamente ese audio, quién sabe lo que contendrá.
“Pequeña. Límpiate esas lágrimas. Sécate los ojos. Mi ausencia es leve, invisible. No me eches de menos. No lo hagas. Porque prometiste no dejarme. No dejes que el dolor te evite seguir caminando hacia la luz que es tu vida.
No tengo miedo a morir. No. No quiero engañarme. El cáncer ya se ha cobrado mi vida. Y lo sabía desde hace mucho. Sabía que te iba a dejar sola. A eso tengo miedo. A que pienses que estás sola. Nunca estará sola. Recuérdalo, pequeña, nunca. Siempre habrá alguien que esté a tu lado, cubriendo ese lugar que no supe mantener yo. Sacándote una sonrisa.
Prométeme algo.
Prométeme que seguirás brillando con esa luz con la que iluminabas mi vida. Que seguirás cantando esas canciones tan horribles que tanto te gustan. Que seguirás desayunando un paquete entero de galletas con cara de mala leche. Que te despertarás cada Lunes con ganas de destruir el mundo. Que seguirás saltando como un canguro en vez de correr. Que amarás a otro, que te enamorarás. Que no llorarás más. Que no harás de mi ida un impedimento para seguir viviendo.
Vive. Lucha. Ama. Vive todo lo que no viví yo. Lucha por hacer de este mundo algo mejor. Ama. Ama como yo te amé. Ama, sin tapujos. Sin remordimientos. Sonríe. Comete errores. Porque el error es humano. Y solamente el humano sabe encontrar la felicidad. Sé feliz. Y no dejes que te quiten esa luz, la luz de tus ojos. La que me iluminaba cada día. Te quiero.”
Y entre ese dolor, esas lágrimas. Una sonrisa aparece. Esperanza.

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