Ella entra en la clase y se
sienta al fondo, lejos de todo. Aunque las burlas, el desprecio, los insultos,
no tardan en abrirse paso entre las mesas de los alumnos para llegar a su
rostro, a sus oídos. Como una ráfaga de
aire helador que le recuerda una y otra vez que nadie la quiere. Que
es una extraña, que es diferente, que nadie dará nada por salvarla. Que está sola.
Sigue preguntándose por qué,
por qué tanta crueldad. Por qué toda esa gente quiere ver cómo tropieza, cómo
cae y no se levanta. Cómo acepta lo que ellos ya están intentando hacerle
creer.
Que debe marcharse.
Desaparecer, junto a esa ropa
extraña, esa música extraña, esos libros extraños. Ella misma en su totalidad
es extraña.
Y en su interior llora.
Llora por todas esas almas sin salvación. Por su identidad perdida. Por ese
pobre corazón que todos poseen pero que son incapaces de usar debido a esa capa
de escarcha odiosa que lo ha sepultado.
Y se ríe. Porque le dan tanta
pena, son tan patéticos. Todos esos bocetos de personas, tan perfectos. Sin
errores. No como ella, tan
imperfecta, tan llena de faltas. De bellos y adorables defectos.
Porque es más fuerte. Mucho
más. No tiene por qué demostrar que es mejor. No tiene esa necesidad. Y por eso
los gana a todos. Que su vida es ruda, dura, pero eso la ha hecho más fuerte,
una superviviente. Y no va a caer. Nunca.
Eboh, has descrito mi día a día.
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